Los programadores somos, casi por definición, productores de software. Esto es, producimos programas (que muchas veces hasta son llamados «productos», según la definición que dicta el marketing). El gran sueño de muchos programadores es desarrollar un «producto» implementando una idea innovadora (o cubriendo un nicho insatisfecho) y vender una gran cantidad de copias, multiplicando las ganancias.
Esta visión, lentamente, está cambiando. Por un lado, las historias de aquellos que hicieron una fortuna (o establecieron una posición económica) mediante la venta de licencias de un programa son, a la vez, cada vez más lejanas y menos frecuentes. Pero, si empezamos a vernos a nosotros mismos también como consumidores de software, el razonamiento cambia radicalmente.