Fragmento del capítulo 13 de la serie de 1980 Cosmos, «¿Quién habla en nombre de la Tierra?», del astrofísico Carl Sagan. La historia de la Gran Biglioteca de Alejandría, en Egipto, de su director Eratóstenes y de Hipatia. Una gran lección para toda la humanidad.
En el siglo III a. C, nuestro planeta fue dibujado y precisamente medido, por un científico griego llamado Eratóstenes, que trabajaba en Egipto. Éste era el mundo como él lo conocía. Eratóstenes fue director de la gran biblioteca de Alejandría, centro de la ciencia y el saber del mundo antiguo.
Aristóteles sostenía que la humanidad se dividía en griegos y el resto, a quienes llamaba «bárbaros», y que los griegos debían mantener su pureza racial. Enseñaba que era adecuado que los griegos tuvieran esclavos. Eratóstenes criticó a Aristóteles por su ciego chauvinismo. Creía que había bondad y maldad en todas las naciones.
Los conquistadores griegos inventaron un nuevo dios para los egipcios pero su aspecto era notablemente griego. Alejandro fue retratado como faraón, en un gesto para los egipcios. Pero en la práctica, los griegos creían en su superioridad. Las quejas del bibliotecario no constituían una seria amenaza a los prejuicios imperantes.
Su mundo era imperfecto, como el nuestro. Los Ptolomeo, reyes griegos que sucedieron a Alejandro en Egipto, tenían al menos esta virtud: Apoyaban el avance del saber. Se desafiaban las ideas populares sobre el cosmos, y algunas se descartaban. Se proponían nuevas ideas que concordaban mejor con los hechos. Había propuestas imaginativas, debates vigorosos, síntesis brillantes.
El tesoro resultante del saber se registró y preservó durante siglos en estas repisas. La ciencia se hizo adulta en esta biblioteca. Los Ptolomeo no sólo coleccionaron antiguos conocimientos. Apoyaron la investigación científica y generaron nuevo conocimiento. Los resultados fueron sorprendentes. Eratóstenes calculó con precisión el tamaño de la Tierra. Trazó mapas y afirmó que podía circunnavegarse. Hiparco adelantó que las estrellas se forman, se mueven lentamente en el curso de los siglos y, finalmente, desaparecen. Fue el primero en catalogar las posiciones y magnitudes de las estrellas para determinar si existían tales cambios. Euclides escribió un libro sobre geometría del cual hemos aprendido durante 23 siglos. Aún es una gran lectura, llena de pruebas de lo más elegantes. Lo escrito por Galeno sobre curaciones y anatomía dominó la medicina hasta el Renacimiento.
Son sólo unos pocos ejemplos. Aquí hubo docenas de grandes eruditos y centenares de descubrimientos fundamentales. Algunos de ellos, tienen un distintivo toque moderno. Apolonio de Perga estudió la parábola y la elipse, que ahora sabemos, describen la trayectoria de los objetos que caen en un campo gravitatorio, como las naves espaciales interplanetarias. Herón de Alejandría inventó máquinas de vapor y engranajes reductores. Fue el primero en escribir un libro sobre robots.
Imagina qué distinto hubiera sido el mundo si estos hallazgos se hubieran usado para el beneficio de todos. Si la perspectiva humanitaria de Eratóstenes se hubiera adoptado y aplicado. Pero no pudo ser. Alejandría fue la mayor ciudad que el mundo occidental haya visto jamás. Gente de todas las naciones vino aquí a vivir, a comerciar, a aprender. En un día cualquiera estos puertos se colmaban de mercaderes, estudiosos y turistas. Quizás aquí la palabra «cosmopolita» tuvo su verdadero sentido: ser ciudadano, no de una nación, sino del cosmos. Ser un ciudadano del cosmos.
Claramente, aquí estaban las semillas de nuestro mundo moderno. Pero, ¿por qué no echaron raíz y florecieron? ¿Por qué el Occidente dormitó durante 1.000 años de oscuridad hasta que Colón, Copérnico y sus contemporáneos redescubrieron el trabajo hecho aquí? No puedo darte una respuesta simple, pero sé esto: No hay noticia en toda la historia de la biblioteca de que algún ilustre estudioso o científico haya desafiado seriamente algún supuesto político, económico o religioso de la sociedad en que vivió. La permanencia de las estrellas fue cuestionada, pero la justicia de la esclavitud no lo fue.
La ciencia y el saber en general se reservaban a unos pocos privilegiados. La vasta población de esta ciudad no tenía la menor idea de los grandes descubrimientos hechos aquí. ¿Cómo podían saberlo? Los hallazgos no eran explicados o popularizados. El progreso conseguido aquí los beneficiaba poco. La ciencia no era parte de sus vidas. Los descubrimientos, por ejemplo, en mecánica o la tecnología del vapor, se aplicaban principalmente al perfeccionamiento de armas, para el fomento de la superstición, para la diversión de los reyes. Los científicos jamás captaron el enorme potencial de las máquinas para liberar al pueblo de la tarea ardua y repetitiva. Los logros intelectuales tuvieron pocas aplicaciones prácticas. La ciencia nunca capturó la imaginación de la multitud. No hubo contrapeso al estancamiento, al pesimismo, a la más abyecta entrega al misticismo. Así pues, cuando al final la turba vino a incendiar el lugar no hubo nadie que la detuviera.
Permítanme que les cuente sobre el final. Es la historia de la última persona de ciencia que trabajó aquí. Se dedicó a la matemática, a la astronomía, a la física y dirigió la escuela neoplatónica de filosofía de Alejandría. Un extraordinario conjunto de logros para cualquier individuo, en cualquier época. El nombre de ella era Hipatia. Nació en esta ciudad en el 370 d. C. Era una época en que la mujer no tenía opciones. Era considerada una pertenencia. Sin embargo, Hipatia fue capaz de moverse libremente, con naturalidad dentro de los dominios tradicionalmente masculinos. Se cuenta que fue muy bella. Y aunque tuvo muchos pretendientes no se interesó en el matrimonio.
Alejandría, en tiempos de Hipatia, bajo largo dominio romano, fue una ciudad con graves conflictos. La esclavitud, cáncer del mundo antiguo, había agotado la vitalidad de la civilización clásica. La creciente Iglesia cristiana consolidaba su poder, e intentaba erradicar la influencia y cultura paganas. Hipatia estuvo en el foco, en el epicentro de fuerzas sociales poderosas. Cirilo, arzobispo de Alejandría, la despreciaba, en parte por su estrecha amistad con un gobernador romano, pero también por ser un símbolo del saber y de la ciencia, identificadas por la Iglesia primitiva, con el paganismo.
A pesar del gran riesgo personal Hipatia continuó enseñando y publicando, hasta que en el año 415, cuando iba camino a su trabajo, fue atacada por una turba fanática de seguidores de Cirilo. La arrancaron del carruaje, rasgaron sus vestiduras, y la despellejaron con conchas marinas. Sus restos fueron quemados, sus obras eliminadas, su nombre olvidado. Cirilo, fue proclamado santo.
La gloria que ven a mi alrededor sólo es una remembranza. No existe. Los últimos restos de la biblioteca fueron destruidos durante el año que siguió a la muerte de Hipatia. Es como si toda la civilización hubiera sufrido una especie de operación de cerebro, radical y auto-infligida, para que sus recuerdos, descubrimientos, ideas y pasiones fueran borrados irrevocablemente.
La pérdida fue incalculable. En algunos casos, sólo conocemos los tentadores títulos de libros que fueron destruidos. Aunque en general, ni siquiera sabemos el título ni el autor. Sí sabemos que en esta biblioteca existieron 123 distintas obras teatrales de Sófocles, pero sólo siete sobrevivieron. Una de esas siete es Edipo Rey. Cifras similares se aplican a la obra perdida de Esquilo, Eurípides, Aristófanes. Es como si las únicas obras sobrevivientes de un tal William Shakespeare fueran Coriolano y Un Cuento de Invierno, aunque supiéramos que escribió otras que fueron muy apreciadas en su época. Obras tituladas Hamlet, Macbeth, Sueño de una Noche de Verano, Julio César, El Rey Lear, Romeo y Julieta.
La historia está llena de gente que por temor, ignorancia o ambición de poder ha destrozado tesoros de valor inconmensurable que, ciertamente, nos pertenecían a todos. No debemos dejar que vuelva a ocurrir.
Como estudiosa de la historia, y apasionada de la historia antigua, me gustó tu resumen sobre la biblioteca de Alejandría. Uno de los problemas que padece esta sociedad es que olvida fácilmente lo sucedido, y que poco piensa en la importancia de los hechos del pasado, pues nos ubica en el lugar en que estamos. Me sumo a su artículo, apoyando su último párrafo con lo escrito por Carlos Pereyra en su libro «Histora, para qué?» donde en uno de sus puntos expresa que la historia sirve para que el Estado no logre la dominación, el manejo y control de la memoria colectiva, para que el gobierno de turno no ejerza retención de fuentes; y para no cometer mismos errores por temor y omisión.
Saludos..
Que especial resumen, me transporta y me lleva a la época. Al igual recprdar a su creador de la serie Cosmos Carl Sagan….
Un abrazo Javier por este buen aporte.