Por Martín Caparrós
Hoy querría —por una vez y sin que sirva de precedente— que me entendieran. He hablado últimamente de “honestismo”; he notado, en ciertas respuestas y comentarios, que no supe explicarlo.
—Qué novedad, Caparrós. ¿No es lo que le pasa siempre?
Supongo, y por eso insisto: llamé honestismo a esa idea tan difundida según la cual —casi— todos los males de la Argentina contemporánea son producto de la corrupción en general y de la corrupción de los políticos en particular. El honestismo es un producto de los noventa, ante el despliegue de corrupción menemista, y fue alentada por cierto periodismo —el más valiente— que trató de mostrarla. Fue un éxito: la sociedad se escandalizó ante esos errores y excesos y no miró los cambios estructurales, decisivos, que el menemismo estaba produciendo en la Argentina. Fue tal el éxito que permitió el surgimiento y apogeo de una de las fuerzas políticas más aberrantes de nuestra historia de fuerzas aberrantes: ese consorcio entre el conservadurismo católico de De la Rúa y el progresismo acomodaticio de Álvarez que recordamos –poco– bajo el nombre de Alianza.
Ahora la furia honestista se mantiene y permite que muchas de las campañas políticas actuales se basen en ella, y muchos políticos la aprovechen para centrar su discurso en la denuncia de la corrupción y dejar de lado definiciones políticas, sociales, económicas. O, como decía aquí mismo el otro día: “El honestismo es la tristeza más insistente de la democracia argentina: la idea de que cualquier análisis debe basarse en la pregunta criminal: quiénes roban, quiénes no roban. Como si no pudiéramos pensar más allá…”.
—¿Y usted qué prefiere, Caparrós? ¿Que roben? Usted debe de ser de esos que dicen “que roben pero que hagan”.
Me lo han dicho varios y me sorprende: yo jamás dije —ni pensé— tal pavada. Yo digo que la honestidad es el grado cero de la actuación política y que por supuesto hay que exigirle a cualquier político —como a cualquier empresario, ingeniero, maestra, domador de pulgas— que sea honesto. Que, por supuesto, la mayoría de los políticos argentinos no lo parecen. Que, por supuesto, es necesario conseguir que lo sean. Pero que eso, en política, no alcanza para nada: que un político sea honesto no define en absoluto su línea política. Por eso digo que la honestidad es —o debería ser— un dato menor: el mínimo común denominador a partir del cual hay que empezar a preguntarse qué política propone y aplica cada cual.
—¿Y entonces qué problema se hace, Caparrós? Si usted también quiere que sean honestos, por qué dice esas cosas…
Porque creo que hay muchos que siguen currando con eso de la honestidad: con la denuncia, con los prontuarios ajenos, con la promesa propia. Y, con eso, clausuran el debate sobre el poder, la riqueza, las clases sociales: acá lo que necesitamos son gobernantes honestos, dicen, y la honestidad no es de izquierda ni de derecha. La honestidad quizá no, pero los honestos seguro que sí. Se puede ser muy honestamente de izquierda y muy honestamente de derecha, y ahí va a estar la diferencia. Quien administre muy honestamente en favor de los que tienen menos —dedicando honestamente el dinero público a mejorar hospitales y escuelas— será más de izquierda; quien administre muy honestamente en favor de los que tienen más —dedicando honestamente el dinero público a mejorar autopistas, parkings, teatros de ópera— será más de derecha. Quien disponga muy honestamente cobrar más impuestos a las ganancias y menos IVA sobre el pan y la leche será más de izquierda; quien disponga muy honestamente no cobrar impuestos a las actividades financieras y sí al trabajo asalariado será más de derecha. Quien decida muy honestamente facilitar el uso de anticonceptivos será más de izquierda; quien decida muy honestamente acatar las prohibiciones eclesiásticas será más de derecha. Quien decida muy honestamente educar a los chicos pobres para sacarlos de la calle será más de izquierda; quien decida muy honestamente llenar esas calles de policías y de armas será más de derecha. Y sus gobiernos, tan honesto el uno como el otro, serán radicalmente diferentes. Digo, en síntesis: la honestidad —y la voluntad y la capacidad y la eficacia—, cuando existen, actúan, forzosamente, con un programa de izquierda o de derecha.
—Sí, todo bien, pero si los políticos no robaran, muchas cosas serían mejores. La salud y la educación serían mejores, por ejemplo.
Me han dicho varios lectores, y es el argumento clásico del honestismo progre y yo digo que sí, que un poquito mejores. Pero lo que define la salud o la educación argentinas no es que quienes tienen que organizar sus prestaciones públicas se roben un 10, un 20, un 30 por ciento del dinero destinado a ellas; lo que las define es que —gracias a la dictadura militar y sus continuadores democráticos— los argentinos que pueden hacerlo compran salud y educación privadas, y dejan a los pobres esa educación y esa salud públicas que los políticos corroen. O sea: si este mismo sistema estuviera administrado sin la menor fisura, habría —supongamos— un tercio más de recursos para hospitales y escuelas, y los pobres tendrían un poco más de gasa y un poco más de vacunas y un poco más de tiza —y los ricos seguirían teniendo tomógrafos y bypasses al toque y computadoras en el aula. Quiero decir: si todos los políticos fueran honestos, todavía tendríamos que tomar las decisiones básicas: en este caso, por ejemplo, si queremos que haya educación y salud de primera y de segunda, o no. Si queremos que un rico tenga muchísimas más posibilidades de sobrevivir a un infarto que un pobre, o no. Si pensamos que saber matemáticas es el derecho de los hijos de los que ganan más de cuatro lucas, o no.
Pero muchos políticos —y muchos ciudadanos— evitan discutirlo y hablan de la corrupción, que es más fácil y es decir casi nada: ¿quién va a proclamar que está a favor del cáncer? El honestismo es la forma de no pensar en ciertas cosas, un modo parlanchín de callarse la boca. O, para decirlo como lo escribí hace justo diez años, en una nota que se llamaba “El curro de la corrupción”: “Un día nuestros gobernantes serán probos, ignorarán todo sobre las islas Caimán, usarán su propio coche para irse de shopping y denunciarán a su secretaria cuando se limpie las uñas con un clip del Estado: eso es, al menos, lo que nos prometen últimamente casi todos los líderes políticos. Ese día va a ser espeluznante; ese día nuestras esperanzas, si es que todavía las tenemos, caerán procelosas como guano de paloma sobre testas peladas. ¿Será que vamos a esperar hasta ese día para descubrir el curro de la corrupción?”.
—¡Sí, de veras! ¡Qué indignación, hermano, nos afanan sin parar!
No, no me entendiste. Lo que vos decís es la corrupción. Yo te decía el curro de la corrupción. ”Ese día tan esperado, cuando nuestros gobernantes sean tan buenos como la madre Teresa de Calcuta, va a ser estremecedor: ese día, tres millones de desocupados se van a dar cuenta de que siguen estando desocupados; diez millones de pobres van a ver que son igual de pobres; treinta millones de argentinos van a entender que el país está hecho para los otros ocho o nueve, aunque ahora lo van a administrar con honra. Y —quizás, ese día— sí va a pasar algo”.
(Publicado el 8 de abril de 2009 en el diario «Crítica de la Argentina». Ver copia de archive.org.)
Excelente que hayas rescatado este articulo, no lei nunca algo de Caparros pero su definicion de «honestismo» descubre el argumento mas utilizado vaciar de significado el debate politico. Saludos.
La honestidad es una base, exigible, para que de la plata de nuestros impuestos no falte un peso, para que las acciones del Estado no tengan esa merma de un 10%, 20% o 30%.
Caparros mezcla en un juego de palabras las acciones de un gobierno hipotético con la honestidad, intentando deformar el concepto. Me parece muy poco felíz… una cosa es la honestidad y otra cosa es el uso de los recursos por parte del Estado.
La honestidad es inherente a la persona, las acciones de gobierno se dirimen en el Congreso. Puede haber gobiernos de derecha o izquierda, pero la honestidad no está atada a las acciones de ese gobierno y en todo caso existe la renovación de gobernantes para que cada cierto corto tiempo podamos elegir nuevamente la plataforma electoral que guste.Lo que no es opcional y es INACEPTABLE es la deshonestidad de los representantes.
Jorge, comparto absolutamente tus conceptos respecto a la honestidad. Me extraña que un hombre como Caparros, haga un análisis tan simplista del significado de esa palabra, cuando tiene que ser todo lo contrario. Y hago mia la frase de un prestigioso médico argentino respecto de eso que ¨roba, pero hace cosas¨. Es como si yo dijera que mi mujer es prostituta, pero miren que bien plancha mis camisas, y yo agrego y que ricos ravioles que cocina!!!. Lo que es una boludes a esta altura es seguir insistiendo con lo de derecha o izquierda…
Honestidad es incapacidad de mentir. No es un mérito (José Ingenieros). Concuerdo en un 100%.
Sin embargo, la hipocresía, que es lo que se critica muchas veces desde arcos de la oposición hacia el modelo de gobierno populista, es un flagelo dificil de sortear por el hombre común, quien en esa disyuntiva tiene todas las de perder.
Los gobernates muchas veces dejan de lado la honestidad, y no por ser buenos gestores de gobierno, sino por mera conveniencia. Es cierto que la honestidad de ciertos políticos que por si sola no sirve absolutamente de nada. Preguntémonos mas bien, por qué son milloarios nuestros gobernantes; esos que lo único que han hecho como actividad económica es justamente ‘gobernar’…
Nada reciente mas a la democracia que la acumulación de Poder. Incluso justificado por fines ‘nobles’ como los de combatir a los grupos económicos Hegemónicos, enfrentar amenazas de potencias globalizadoras, etc, etc.
Basta de hipocresía. Bienvenido el político sincero, con ideas claras y sin la ambición de eternizarse en el poder.
En este tema hay un error que tal vez Caparros continua con su idea de la honestidad como grado cero de la política.
El error deriva de confundir dos tipos de juicio, uno es el juicio político y el otro el juicio moral. Ambos transcurren por andariveles diferentes, aun cuando tenga una relación.
El juicio político evalúa la eficacia de una gestion para obtener objetivos. El juicio moral evalua la bondad o maldad de las personas, votantes y votados incluidos.
Los distintos juicios no tienen validez en campos ajenos. Un liberal perfectamente honesto que ejerza honestamente sus principios políticos arruinara a los trabajadores y los condenara al hambre al dejarlos sin empleo por abrir los mercados a las manufacturas extranjeras. Politicamente sera juzgado negativamente, moralmente sera juzgado positivamente.
Ninguno de los juicios suspende al otro: un politico perfectamente efectivo en su tarea puede al mismo tiempo ser juzgado moralmente de manera negativa. Ese juicio negativo bien puede derivar en una acusación penal.
Darle espacio a Caparrós para opinar estas pelotudeces, te hace cómplice por lo menos de este engendro, que era capaz de denigrar a un escritor como Soriano, al que no le llega ni a a la suela de los zapatos. No resiste el más mínimo archivo, master. Que tengas una buena vida, cosa que no creo.
gracias roman