Bueno como la Madre Teresa

Quienes frecuenten este blog sabrán que no soy amante de las notas «copy/paste«, sin embargo cuando encuentro algún artículo interesante que quiero conservar, me gusta replicarlo aquí.

Madre Teresa de Calcuta

Este es el caso del texto del periodista, escritor e historiador Martín Caparrós en el que analiza la obra de la llamada «Madre Teresa de Calcuta» poniendo de manifiesto algunos aspectos de la misma para nada difundidos.

Como mínimo, para pensar un buen rato a quiénes ponen como ejemplo de «bondad«.

¿Por qué detesto a la madre Teresa de Calcuta?

Algo me molestó desde el principio. Llegué al moritorio de la madre Teresa de Calcuta, en Calcuta, sin mayores prejuicios, dispuesto a ver cómo era eso, pero algo me molestó. Primero fue, supongo, un cartel que decía “Hoy me voy al cielo” y, al lado, en un pizarrón, las cifras del día: “Pacientes: hombres: 49, mujeres: 41. Ingresados: 4. Muertos: 2″. En el pizarrón no existía el rubro “Egresos”. En el moritorio de la madre Teresa, su primer emprendimiento, la base de todo su desarrollo posterior, no hay espacio para curaciones.

La señorita Agnes Gonxha Bojaxhiu, también llamada Madre Teresa de Calcuta, consiguió en sus últimos veinticinco años una fama y un apoyo internacional extraordinarios. Le llovieron medallas, donaciones, premios, subvenciones, todo tipo de dinero para que ayudara a los pobres del mundo. La señorita Bojaxhiu nunca hizo públicas las cuentas de su orden pero se sabe, porque ella se jactó de eso muchas veces, que fundó, con ese dinero, alrededor de quinientos conventos en cien países. Pero no fundó una clínica en Calcuta.

Hay un par de ideas fuertes detrás de todo eso. Sobre todo, la idea de que la vida —ellos dirían “esta vida”, como si hubiera muchas— es un camino hacia otra, mejor, más cerca del Señor: si no fuera así, a nadie se le ocurriría dedicarse a que esa gente muriera mejor y, quizás, en cambio, pensarían en mejorar sus vidas. Y la idea de que el sufrimiento de los pobres es un don de Dios: “Hay algo muy bello en ver a los pobres aceptar su suerte, sufrirla como la pasión de Jesucristo —dijo la madre Teresa—. El mundo gana con su sufrimiento”.

Por eso, quizás, la religiosa les pedía a los afectados por el famoso desastre ecológico de la fábrica Union Carbide, en el Bhopal indio, que “olvidaran y perdonaran” en vez de reclamar indemnizaciones. Por eso, quizás, la religiosa fue a Haití en 1981 para recibir la Legión de Honor de manos de Baby Doc Duvalier —que le donó bastante plata— y explicar que el tirano “amaba a los pobres y era adorado por ellos”. Por eso, quizás, la religiosa fue a Tirana a poner una corona de flores en el monumento de Enver Hoxha, el líder estalinista del país más represivo y pobre de Europa.

Pero quizá no fue por eso que salió a defender a Charles Keating. Keating era un buen amigo de los Reagan —que recibió a la religiosa más de una vez— y uno de los mayores estafadores de la historia financiera norteamericana: el fulano que se robó, por medio de una serie de maniobras bancarias, 252 millones de dólares de pequeños ahorristas. Keating le había donado a la religiosa 1.250.000 dólares y le solía prestar su avión privado. Cuando lo juzgaron, la religiosa mandó una carta pidiendo la clemencia del tribunal para “un hombre que ha hecho mucho por los pobres”. Fue enternecedor. Pero cuando el fiscal le pidió que devolviera la plata que Keating le había dado —robada a los pequeños ahorristas—, la religiosa no se dignó contestar nada.

En el moritorio de Calcuta, la sala de los hombres tiene quince metros de largo por diez de ancho. Las paredes están pintadas de blanco y hay carteles con rezos, vírgenes en estantes, crucifijos y una foto de la señorita también llamada madre con el papa Wojtyla. “Hagamos que la iglesia esté presente en el mundo de hoy”, dice la leyenda.

En la sala hay dos tarimas de material con mosaicos baratos, que ocupan los dos lados largos: sobre cada tarima, quince catres; en el suelo, entre ambas, otros veinte. Los catres tienen colchonetas celestes, de plástico celeste, y una almohada de tela azul oscuro; no tienen sábanas. Sobre cada catre, un cuerpo flaco espera que le llegue la muerte.

El moritorio de la madre Teresa está al lado del templo de Khali y sirve para morirse más tranquilo, dentro de lo que cabe. La madre Teresa lo fundó en 1951, cuando un comerciante musulmán le vendió el caserón por muy poco dinero porque la admiraba y dijo que tenía que devolverle a dios un poco de lo que dios le había dado. Desde entonces, los voluntarios recogen en la calle moribundos y los traen a los catres celestes, los limpian y los disponen para una muerte arregladita.

—Los de las tarimas están un poco mejor y puede que alguno se salve.

Me dice Mike, un inglés de 30 con colita, tipo bastante freakie, que se empeña en hablarme en mal francés.

—Los de abajo son los que no van a durar; cuanto más cerca de la puerta, peor están.

En la sala se oyen lamentos pero tampoco tantos. Un chico —quizás sea un chico, quizás tenga 13 ó 35— casi sin carne sobre los huesos y una bruta herida en la cabeza grita Babu, Babu. Richard, grande como dos roperos, rubio, media americana, maneras de cura párroco en Milwaukee, comprensivo pero severo, le da unos golpecitos en la espalda. Después le lleva un vaso de lata con agua a un viejo que está al lado de la puerta. El viejo está inmóvil y la cabeza le cuelga por detrás del catre. Richard se la acomoda y el viejo repta con esfuerzo para que le cuelgue otra vez.

—Este está muy mal. Entró ayer y lo llevamos al hospital pero no lo aceptaron.

—¿Por qué?

—Por dinero.

—¿Los hospitales no son públicos?

—En los hospitales públicos te dan cama para dentro de cuatro meses. No sirve para nada. Nosotros tenemos una cuota de camas en un hospital privado cristiano, pero ahora las tenemos todas ocupadas, así que cuando fuimos nos dijeron que no. Acá no estamos en América; acá hay gente que se muere porque no hay cómo atenderla.

Richard me cuenta sobre uno que entró hace un mes con una fractura en la pierna: no lo pudieron atender y se murió de la infección. Y está dispuesto a seguir con más casos. Parece que acá no es tan raro que alguien se muera antes de los últimos esfuerzos.

—No podemos curarlos. No somos médicos. Tenemos un médico que viene dos veces por semana, pero tampoco tenemos equipos ni ciertos remedios. Lo que hacemos es confortarlos, cuidarlos, darles afecto, ofrecerles que se mueran dignamente.

Hay algo que me suena raro en todo esto. Richard le acaricia la cabeza al que insiste en colgarla; más allá, Mike le sostiene la mano a uno con un vendaje que le atraviesa el pecho. Los acompañan: no tienen un idioma común así que no pueden hablarse, o quizás no ganarían nada con hablarse. Richard va a buscar una sábana para tapar al viejo de cabeza colgante. Hace solo 35 grados y el viejo tiene frío. En Chicago, Richard estudia Medicina, pero ahora dice que no sabe si va a poder volver a soportar aquello. Y dice que tampoco podría soportar esto todo el tiempo, pero que no soportaría ser doctor y no atender a estos tipos. A veces llega un punto en que soportar es muy difícil. Richard es un Clark Kent buenazo con mentón imponente y es muy católico, familia de irlandeses, y dice que dios le va a decir qué hacer.

—O sea que no hay ninguna posibilidad de que lo atienda un médico.

—No.

-¿Y entonces?

—Y entonces se va a morir hoy o mañana.

Richard lo dice como quien dice: llueve. O incluso: quizás llueva. Debe ser difícil pronunciarlo así.

La señorita Agnes Gonxha Bojaxhiu, también llamada Madre Teresa de Calcuta, nunca se privó de dar sus opiniones. En Irlanda, por ejemplo, en 1995, un referéndum sobre el divorcio encendía pasiones. Irlanda era el último país de Europa sin divorcio, y los márgenes se anunciaban estrechos. Entonces la religiosa —que no tenía nada que ver con Irlanda— participó de la campaña pidiendo el voto en contra. Los divorcistas ganaron con el 50,3 por ciento. Pocos meses después, su nueva amiga, lady Diana Spencer, se divorció, y una periodista le preguntó qué opinaba. La señorita no tenía problemas: “Está bien que ese matrimonio se haya terminado, porque nadie era realmente feliz”, dijo.

La señorita sabía aprovechar el halo de santidad que la rodeaba: los santos pueden decir lo que quieran, donde y cuando quieran. Todo está justificado por el halo. Y ella usaba esa bula para llevar adelante su campaña mayor: la lucha contra el aborto y la contracepción. Lo dijo muy claro en Estocolmo, 1979, mientras recibía el Premio Nobel de la Paz: “El aborto es la principal amenaza para la paz mundial”. Y, para no dejar dudas: “La contracepción y el aborto son moralmente equivalentes”.

En septiembre de 1996, el Congreso norteamericano le dio el título de ciudadana honoraria. Era la quinta persona en la historia que la conseguía. Dos años antes había organizado, en ese mismo recinto, una “plegaria nacional” ante Clinton, Gore y compañía. Ese día, su discurso fue belicoso: “Los pobres pueden no tener nada para comer, pueden no tener una casa donde vivir, pero igual pueden ser grandes personas cuando son espiritualmente ricos. Y el aborto, que sigue muchas veces a la contracepción, lleva a la gente a ser espiritualmente pobre, y esa es la peor pobreza, la más difícil de vencer”, decía la religiosa, y cientos de congresistas, muchos de los cuales no estaban en contra de la contracepción y el aborto, la aplaudían embelesados. En su Calcuta, en la India, en muchos otros países, la superpoblación es causa principal del hambre y la miseria, y sus autoridades toman todo tipo de medidas para limitarla.

“Yo creo que el mayor destructor de la paz hoy en día es el aborto, porque es una guerra contra el niño, un asesinato del niño inocente. Y si aceptamos que una madre puede asesinar a su propio hijo, ¿cómo podemos decirles a otras gentes que no se maten entre ellos? Nosotros no podemos resolver todos los problemas del mundo, pero no le traigamos el peor problema de todos, que es destruir el amor. Y eso es lo que pasa cuando le decimos a la gente que practique la contracepción y el aborto”.

Las jerarquías católicas lo dicen siempre, pero dicho por ella es mucho más eficaz. Aquella tarde, el cardenal James Hickley, arzobispo de Washington, lo explicó clarito: “Su grito de amor y su defensa de la vida nonata no son frases vacías, porque ella sirve a los que sufren, a los hambrientos y los sedientos…”. Para eso, entre otras cosas, servía la religiosa. Por eso, entre otras cosas, su proceso de beatificación vaticana fue el más rápido de la historia de una institución que no suele apresurarse —que puede tardar, por ejemplo, cuatro siglos en pedir perdón por apretar a Galileo Galilei o asesinar a Giordano Bruno y tantos otros.

Así que ahora la señorita Agnes Gonxha Bojaxhiu —lo que quede de ella— debe estar en el paraíso de los beatos, un poquito más abajo del paraíso de los santos, con apenas menos felicidad eterna y menos olor a incienso y mirra y menos intimidad con su Señor pero bastante, pese a todo. La señorita fue una militante muy eficaz de una causa muy antigua: la del conservadurismo católico. Y fue, en el mejor de los casos, una versión mediática y actual del viejo modelo de la dama de caridad: aquella que se dedica a moderar los males causados por un orden que nunca cuestiona o que, en realidad, refuerza. Gracias a esos medios, al aparato de difusión de Roma, la señorita quedó instituida como gran encarnación actual del viejo mito de la bondad absoluta.

Todos —los países, los grupos de amigos, los equipos de voleibol, los grupos de tareas— necesitan tener un Bueno: un modelo, un ser impoluto, alguien que les muestre que no todo está perdido todavía. Hay Buenos de muchas clases: puede ser un cura compasivo, un salvador de ballenas, un anciano ex cualquier cosa, un perro, un médico abnegado, un pederasta con buena verba en púlpito: en algo hay que creer. El Bueno es indispensable, una condición de la existencia. Y el mundo se las arregla para ir buscando Buenos, entronizarlos, exprimirlos todo lo posible. Así que, pese a que algunos intentamos contar un poco de su historia, nadie lo escucha: es mejor y más cómodo seguir pensando que la señorita era más buena que Lassie. La señorita Agnes Gonxha Bojaxhiu, también llamada Teresa de Calcuta, consiguió ser la Buena Universal. Y consiguió, incluso, lo más difícil que puede conseguir una persona, un personaje: entrar en el lenguaje como síntesis o símbolo de algo. Decimos un Quijote cuando queremos hablar de un héroe destartaladamente franco; decimos un Craso cuando tratamos de definir a alguien riquísimo; decimos —desde hace unos años empezamos a decir— una madre Teresa cuando queremos significar que alguien es realmente bueno. Y así ha quedado registrada en nuestra cultura la señorita también llamada madre, amiga de tiranos y estafadores, militante de lo más reaccionario, facilitadora de la muerte.

¿Y usted qué opina?

Adenda

«Ángel del infierno: la Madre Teresa de Calcuta», documental de Christopher Hitchens (1994).

12 comentarios sobre “Bueno como la Madre Teresa

  1. Ni la Madre Teresa de Calcuta se salva en este blog!!!!!! :P

    Despues se enojan si les decis: «chupa hostia hijo de puta!!!»

    (por lo de chupa hostia se enojan, esta mas que claro)

  2. Sin comentarios… .

    Puff, puff, apesta.

    La madre T de C. no era buna.
    O sea, la monjita viene a se lo más parecido a lo
    que uno imaginaría que debe ser un emisario del
    diablo, si tal cosa existiere…

    Bien Caparrós!
    Saludos,
    gab

  3. La verdad que no coincido. Ante tal articulo uno pone en duda cosas sobre las que no tiene pruebas irrefutables, pero mas alla de mencionar de QUIENES recibia dinero, y algun q otro viaje en avion -para asistir a eventos concretos, no para pasear-, no desmiente que esta mujer haya pasado su vida EN la miseria junto a la gente que cuidaba.
    Dicho esto, me parece tan exagerado que resulta tendencioso comparar a esta mujer con las tipicas Mirtas (si escribi mal el nombre no me importa) Legrand cuando dice:

    «Y fue, en el mejor de los casos, una versión mediática y actual del viejo modelo de la dama de caridad»

    Si lo que yo suponia (respecto al estilo de vida) es falso, reconozco que todo lo que voy a decir a continuacion es falso por lo que no tiene sentido leerlo pero…

    si es verdad, acaso necesariamente sus obras son maleficas, o que haya actuado con fines perversos? No pueden siquiera concebir la idea de tal vez lo haya hecho convencida de que ella defendia el bien -en dicho caso, a lo sumo puede haber estado equivocada- y no por perpetuar la miseria en el mundo?

    Porque razonemos por el absurdo, supongamos que ella es perfectamente consciente de que no existe el «mas alla», que cuando moris aca, fuiste definitivamente… que sentido tendria haber vivido en la miseria mas absoluta, y rodeado de moribundos, sin siquiera sacar ningun provecho? -reconozcamos que viajar 1 o 2 veces por año en un avion no es recompensa para nadie-

    La critican por su posicion sobre el aborto. Yo soy ateo y tampoco defiendo al aborto. Este punto no pasa por dogmas religiosos, sino por cuando se entiende que comienza la vida. Si los pro-abortistas entendieran de una buena vez que quien esta en contra del aborto, lo esta porque entiende que se esta abortando una vida humana y no un microbio o un gorila, tal vez tendrian un poco mas de consideracion al discutir el tema.

    Finalmente, la ultima objecion que ponen es en relacion al tema del divorcio de lady di, lo cual es a todas luces una contradiccion grande como una casa. El tema es que nosotros no tenemos que preocuparnos -bueno, TENIAMOS que preocuparnos, hasta la llegada de la web 2.0- de tener que resistir un «archivo».
    A veces por no herir a quien se le tiene afecto uno hace estupideces como contradecirse.

    Me quedo como un alegato en defensa de doña teresa… pero es que poco mas falta que se tilde de falso o traidor al che guevara porque le gustaba la coca-cola.

  4. Y si… al q hace lo critican, es asi. Busquemos le mil vueltas al mundo para ver q TODO esta mal, pero tengamos intenciond ehacer algo bueno y claro, cae en la misma bolsa. Una persona q dio su vida por muchas otras.. a ver quine lo hace. Pero mas alla de si lo hizo por ir al cielo o porq si, en definitiva LO HIZO. q hacemos nosotros al respecto cuando damos una moneda a un nene q nos las pide en la calle, lo ayudamos de verdad? o vamos a su villa a instalarnos alli y vivier como el para entenderlo y desde alli sacarlo adelante??
    Bueno, al final pedian opinion y esta es la mia. Creo q podria ser esta nota una ventana abierta a ver soluciones mas transparentes, con ejemplos y aportes a acciones como las q hizo la madre Teresa

  5. Es que, Adriel, creo que la crítica es esa: ¿hizo algo para sacarlos adelante, o se limitó a ayudarlos a resignarse ante la muerte?

    Me va a costar procesar esto, pero ese problema con la Iglesia Católica lo tengo hace tiempo… Te ayudan a aceptar, pero limitándote las posibilidades de avanzar. Te enseñan que hay otro que provee las bondades de la vida, por lo que de vos va a depender solamente aceptarlas o rechazarlas, pero nunca va a depender de vos conseguir algo más, porque para eso está ese otro que provee…

    Es jodido… Es muy jodido…

    Buen post, JS…

  6. Muy liviano, muy poca argumentación. Parece escrito por un novato. Busca el ejemplo justo (sin dar mucho detalles) para justificar cada unos de sus puntos.

    Y lo más increíble es que quizás hasta haya cosas que son verdad y sería buena conocerlas, pero al estar tan pobremente escrito se pierden. Un pena porque el periodista podría haber hecho una nota realmente histórica si es verdad lo que intentó explicar…. Pero desde mi punto de vista no lo hizo y ahí perdió veracidad.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *