Es común escuchar de boca de los «creyentes» que los ateos son seres malignos e insensibles y, por tanto, despreciables. Y cuando alguno de ellos osa satirizar a algún «santo», no dudan en declarar que ante tal blasfemia, el sujeto se hace acreedor de una estadía por tiempo indefinido en el infierno. Pues bien, para ellos (en realidad, para todos), aquí va un mensaje de un grupo de ateos muy divertidos y también muy sensibles, que vale la pena detenerse a analizar.
Se trata de la escena final de la película «La vida de Brian» (1979), del genial grupo cómico inglés Monty Python. La misma se desarrolla a partir del año 1 en el poblado de Belén, donde nace Brian (no, no, no es quien están pensando… Brian nace en el establo de al lado).
Puede el lector imaginarse el revuelo que causó tal parodia y la fuerte oposición de varios sectores religiosos, que se sintieron profundamente ofendidos (quizás, principalmente por eso de «viniste de la nada, volverás a la nada«).
Unos 10 años después, Graham Chapman (Brian) visita a su odontólogo y éste encuentra una protuberancia en una de sus amígdalas. Resultó ser un cáncer espinal que lo llevó a la tumba en menos de un año (aunque Chapman se mantuvo activo como actor hasta último momento).